Dedicado Al Amor Que Perdí: Parte I

Posted by Edneit Ibañez Zamudio under
Aquella noche no podía fumar, mi organismo se negaba a obedecerme, me había convertido en un ser inerte y yo ahí, una vez más sentado en la banca de aquel parque que siempre acompañaba mi melancolía, el segundo día de cada mes. Convertido ya en un ritual inexplicable, del cual era principal partícipe y protagonista. Con entereza recorría uno a uno sus inmensos árboles de antaño, extensas veredas y acogedoras áreas verdes, con el fin de recordar algún detalle olvidado que me hiciese conmemorar los más felices pasajes de mi existencia vividos junto a ella. Aquel parque grande y misterioso recopilaba mis más íntimos secretos, guardados desde siempre con incansable recelo, y parecía esperar mes a mes la llegada de un nostálgico muchacho que se consumía en un profundo trance, y no quería despertar de el.

Recordaba tantas cosas, los pensamientos iban y venían. Pero aquella vez sería la última, era mi despedida por tantos meses de añoranza y mi cabeza no hacía más que pensar en ello. Esa noche fría, mi mente, giraba en torno a una tormentosa tarde gris, aquella que cambio el rumbo de todo. Lo recuerdo y siento mi piel erizarse, como si lo estuviese viviendo nuevamente, ahora, este mismo instante.

Se encontraba ella junto a mí, tan dulce, tan indefensa, mirándome a los ojos con esa ternura que me hacía pensar que si funcionaría, que aquella relación abierta, diferente, de amigos cariñosos que llevábamos hasta ese periodo, podría dar el siguiente paso. Pero todo a su tiempo, no existía apuros y pretendía que así quedase por un lapso más. Mientras permanecía en silencio, la escuchaba cuando me hablaba, siempre embelesado por su belleza y abrumado por su inteligencia, pero sin decir nada, me sentía extraño y desconocía la razón. Pero algo rompió el hielo, de pronto un tierno beso en la mejilla me partió en dos. Fue en esos instantes en que dije a mis adentros, ¡Reacciona!, no pienses en cosas que se suscitaran poco a poco y a su debido momento, es más, ella entiende que no hay nada formal. Frase que forjo las horas venideras.

Teníamos una relación tranquila, pero apasionada; no había lugar a reproches, cada uno sabía muy bien que ante todo el mundo éramos simples amigos, o al menos eso creía. Los días transcurrían, cada vez le tenía más confianza. Todo el día reíamos y nos respetábamos el uno al otro, compartíamos mucho tiempo juntos. Sin Embargo, cada quien conservaba su propio espacio. Tal vez aquel fue el error, si no quería que sucediese “eso”, ¿Por qué lo avivaba inconscientemente? No me di cuenta que yo mismo lo propicie.

Al verme callado, me preguntó qué me sucedía. Yo, para ese entonces me sentía más tranquilo; solo atine a suspirar y responderle que no pasaba nada, al contrario, solo admiraba su belleza. Existía entre ambos una química genial, ese algo que todo hombre quisiera compartir con su ser querido. Fue entonces cuando empezó el punto de quiebre y las preguntas que tanto me temía resonaron tan fuerte en mí, cual estruendo: “Quiero que seas completamente sincero conmigo, ¿Me amas? ¿No crees que tenemos bastante tiempo juntos, como para saber ya, lo que siente uno hacia el otro?”. Simplemente me lapido con su interrogante y me bajo del cielo al infierno en tan solo un segundo. Estaba pálido, no sabía hacia donde correr, era reo de mi propia prisión y no tenia escapatoria alguna.

Ahora me encontraba en una situación que me imaginé, solo la vería en mis pesadillas. Lo confieso, no quería comprometerme, tal vez no me sentía preparado. Era acaso el miedo a ligarme sentimental y verdaderamente a alguien, que me llevaba a auto-rechazar cualquier intento que tratase de cortar mis alas de libertad. Era probable. Tenía ante mí a una extraordinaria mujer que me ofrecía lo más dulce que me podían regalar en la vida, su corazón sincero, sin condiciones y la tenía frente a mí, esperando a que decidiera enunciar tan siquiera una sola palabra.

Mi corazón palpitaba tan fuerte que parecía me quisiese decir algo. Quizás, mi silencio dijo mucho en esos momentos, pero tenía que hablar y aquellos segundos parecían convertirse en horas interminables. Hasta que por fin me decidí a responderle, no con una afirmación o negación, sino tontamente con una pregunta: “¿Por qué me preguntas eso?”, fue lo primero que se me vino a la cabeza, en realidad no me lo esperaba. Me miro fijamente a los ojos, pude ver una gran ansiedad por conocer lo que en mi se especulaba, y me dijo textualmente: “Tenemos un buen tiempo de conocernos y estar juntos, nunca te he pedido nada, solo quiero que respondas. Yo sé en qué consiste nuestra relación, pero ya es tiempo de hablar de nosotros en el futuro. ¡Respóndeme por favor!”. Nunca nadie me había encarado tan sinceramente y a la vez muy sutilmente. Retornaba entonces al principio y me encontraba nuevamente en silencio, nervioso y sin poder pronunciar nada.

No entendía que podía haber ocurrido, pensaba que todo estaba claro entre ella y yo. Posiblemente se había cansado de ocultarse y no por que hiciéramos algo malo, razonablemente se lo merecía, era lícita su postulación. Era obvio, ella sentía algo más, yo, aun con dudas y negativas comenzaba a sentir también, pero mi miedo, aquel necio miedo me impedía acceder a su petitoria. Mi muy escaso machismo me imposibilitaba poder formalizar con alguien inmensamente maravillosa como ella. Quería continuar así, sin ningún título de por medio que pudiese comprometer el libre albedrio de las cosas, o al menos eso pensé hasta ese momento.

Su mirada ansiosa y habida por respuesta, llego a intimidarme. Se acercaba el tiempo de contestar y la verdad estaba muy nervioso. Sincerarme, era mi única salida; la tome de la mano y le dije que teníamos mucho por conversar, pero no era el lugar adecuado, así que la cogí de la cintura, salimos de la universidad y abordamos el primer taxi:

- ¿A dónde? -pregunto el taxista-.

- A California, al parque que está entre Wong y el Colegio San José Obrero -le respondí-.

- ¡Son cuatro solcitos joven! -me contestó el conductor-.

- Ok maestro, siga.

Una vez ahí, sentados, muy juntos y la vez tan distantes; el hermetismo se apodero del ambiente. Se sentía un aire tenso y no era para menos. Algo estaba a punto de suceder y aun no sabía si era para bien o para mal. A partir de ese instante la miraba de reojo y ella hacía lo propio, intenté acercarme más, pero desistí de inmediato. Quería que lleguemos pronto, pues no sabía qué hacer con ella ahí y mucho menos que decirle; me dispuse entonces a guardar silencio y esperar llegar al destino.

- Listo joven, llegamos. -me dijo el taxista-.

- Aquí tiene, gracias. -le respondí-.





continuará...

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